Creo que jamás en la vida se me había acelerado tanto el corazón, en tan poco tiempo. De haberme parado a pensarlo no se habría hecho, pero para eso estamos, las decisiones vienen en segundos, y en segundos eso fue un sí. Un espérame media hora.
Incluso si no hubiese pasado como pasó, me habría muerto de paro cardíaco. Sobre todo cuando el timbre sonó y yo ya no sabia si tirarme por la ventana de un salto o dejar que se fuera como había venido.
Pero el instinto me llevo a abrir la puerta, por que quería. Y entonces vi esa tímida sonrisa. Sí, la culpable de ponerme más nerviosa todavía, pero la culpable de sentir esa confianza que me dijo a mi misma, "a partir de hoy, eres mucho más fuerte, y no estas sola".
Con las luces apagadas. Se encienden sentimientos. Pero esa noche nadie sabia si había sentimiento, o ni siquiera si queríamos que hubiese.
Entonces su mirada, de un azul intenso me decía que me acercase, y su mano tiraba de mi cintura. Y fue el sabor de sus besos, ese sabor a chicle de melón y sandia, entre cada caricia y cada sonrisa, el que dijo, aquí estoy, y aquí comienza.
Nadie sabe si alguien nos vio, o si nadie quiso vernos, pero allí estábamos poniendo por testigo a cuatro pareces pintadas de amarillo, y a nuestros ojos, haciendo competencia a las estrellas esa noche.
Nadie dijo que merecería la pena. Pero ahora ya lo sabemos, haz de ello algo perfecto.
El tiempo se paró aquella noche, en una casa deshabitada, sin luz, sin calefacción, solo el calor de dos cuerpos unidos, y unas cuantas mantas. A las afueras de la ciudad, allí donde todo se ve de otra manera, y desde otra altura.